Quince poemas le
bastan a Paulina Cruzeño para plasmar un sentimiento generacional. El hastió,
el calor, la urgencia de huir, la necesidad de partir.
En Italó los días
que se suceden sin que nada cambie, la inacción de cuerpos jóvenes que están por
explotar, el alcohol los amigos el sexo como exploración y primera forma de
juego dominan las horas. El mundo de los adolescente de Italó se nos revela en
el libro; poemas que van de una casa a otra durante las siestas, caminan sin rumbo,
sin objetivo alguno. De la gomería a la quiniela, de la quiniela al club, del
club al bar y se detienen solamente a observar siempre las mismas rutinas, los
mismos episodios eternos, atentos a los diálogos de peluquería, a las charlas
casuales, buscando con ansia algo que rompa
la monotonía, alguien que baje la guardia y que permita en el desliz en lo efímero
escapar de este laberinto de espejos enfrentado aunque sea unos minutos.
Paulina nos
muestra ese sentir con una precisión y una limpidez en las palabras que se desgrana
por el pequeño poemario y durante sus versos la carne joven de una adolescente
desemboca en el único lugar que no le parece lo de siempre. El erotismo crece y
escala en los poemas. El yo lirico y su cuerpo, su juventud, su certeza de
estar atrapada en la plenitud de sus días. La búsqueda de la piel, de los hombres,
la exploración. La excitación de lo peligroso.
Una búsqueda no
se da en cualquier cuerpo, sino en los
hombres fugaces, los cuerpos que están de paso por Italó. El policía peligroso
pero estable, el ingeniero de ojos verdes, los paraguayos que trabajan y que
son la ruta, los estudiantes de educación física y sus cuerpos que relucen al
sol cada verano.
Ese sol y esa
siesta. Ese último verano que parece aprisionar todo bajo su peso. Que obliga a
caminar sin rumbo por las calles de tierra, dar la vuelta al perro por la plaza
con el camión regador y los ladridos como única banda sonora. Ese sol y ese verano
que exprime el desierto de los mediodías,
con las vacas en pausa, los sueños en pausa. El mismo sol que ya, borrachos,
acompañara a esa turba adolescente en el desenfreno. Jóvenes dorados listos
para huir.
Los sábados a la siesta me junto con Patri
salgo de casa y camino
hasta la última calle.
En la mochila, latas
de cerveza y una manta.
Vamos despacio para el campo
hasta la quinta de Leiva
trepamos el alambrado, desplegamos
la colcha y nos sacamos la ropa
acostadas, el sol nos cubre
como una sábana
gastada por el uso.
Lentas, casi dormidas
exprimimos el desierto.
Desparramadas por ahí, las vacas
también en pausa.
📗
Libro: Italó
Poeta: Paulina Cruzeño
Editorial: Hiedra editora
Año de publicación: 2018