Texto que leyó y escribió Patricia González López en la presentación del libro
El ritmo del
derrumbe es entrar a la escena de estructuras que caen, ideales que alguna vez
nos sostuvieron o hemos sostenido, por el solo hecho de aprender a amar y
desear como se aprende a andar en bici. Luego viene la inercia, y ver, como
dice el segundo poema de Tamara, qué otras formas hay de aprender y andar. Ya
en el primer poema “el tiempo” se desprende la pregunta, ¿qué vida nos
enseñaron a querer? ¿qué hay que dar para tenerla?
Sin embargo, no
hay definiciones sobre el bien y sobre el mal, sobre las buenas y las malas
formas, hay un abordaje de las líneas, una escritura con disparadores
cotidianos (una caminata, una copa de algo) que llevan a Tamara a pensar en las
cosas que están más allá de esa pequeña escena que origina una serie de
preguntas, afirmaciones, sobre el tiempo y el mundo que habitamos, y eso no es,
como titula el poema, una discusión tonta.
Hay dos mundos
en el poemario de Tamara, ese que le fue dado, que ya está salvo y el nuevo, el
que siembra ella misma.
Todo lo que
somos se puede romper, dice en el poema Una conclusión tonta, en este caso,
estar a salvo parece ser lo que ya no se puede modificar, lo que ya fue, lo que
quedó en el sótano de la memoria, en el rincón donde queda depositada aquella
forma que alguna vez tuvimos de ver el mundo. Y ahí entra el poema ¿qué perdí?
¿tenía fe? Dice, ¿quién no tuvo fe en el mundo que habitó y en la forma que
aprendió a habitarlo? Cuando se pierde la fe, gana el cuerpo, y el cuerpo, como
titula Tamara la segunda parte del libro “es la inmensidad”.
Ahí surge un
nuevo mundo, un nuevo tiempo con un nuevo ritmo y hay una nueva “ilusión
tonta”, otros fracasos, desear lo breve, lo quiero, lo simple, desear poner en
mute el afuera, el adentro que dialoga con un poema que vine después “otro
fracaso” no poder imitar la paciencia de los objetos. Sentimos el derrumbe cuando todo lo que
supimos escuchar con preferencia, parece un recuerdo lejano, un ruido.
Hay amor, hay
libertad, hay una consciencia de las cosas que pueden atraparte, de las cosas
que parecían encantadoras, de las dos caras de las cosas: el salvataje y la
destrucción, la confianza y ser comida. Tamara toma el lápiz, escribe lo que
antes le enseñaron que no había que decir, dibuja lo que pensaba que no le era
propio dibujar. Y por las dudas, sigue titulando a este sistema nuevo, a esta
estructura parlante, plantada, al cuerpo que grita, que elige, que sale a
flote, como una sucesión de cosas tontas, para no molestar, para que ese mundo
que aun tiene la capacidad de terminar con nosotras, pueda soportarlo.